D. 1 oct 2017, 13.00 h // Presentación: Sin título (Molusco lamelibranquio en un valle). Fernando Redruello, 1999

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28Sep
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El próximo domingo, 1 de octubre, a las 13.00 h, con la participación de Francisco Zapico y de Fernando Redruello, será presentado el ciclo “Evaristo Valle y nuestros contemporáneos”. En esta ocasión, a través de la pieza escultórica de Fernando Redruello: Sin título (Molusco lamelibranquio en un valle).

El ciclo Evaristo Valle y nuestros contemporáneos tiene como objetivo el establecimiento de conexiones en diversos niveles entre obras de Evaristo Valle y de nuestros artistas contemporáneos: inspiraciones, homenajes, confluencias, reinterpretaciones… a veces intencionadas por parte de los creadores, otras veces halladas a posteriori a través de la mirada del espectador. Con este motivo, piezas invitadas de diversos artistas se irán exponiendo en el museo, estableciendo un diálogo con la obra de Valle. Este ciclo se desarrolla así en paralelo al programa “La obra de paso”, dedicado a Evaristo Valle, pero reforzando en este caso la vertiente del Museo como impulsor del arte contemporáneo asturiano.

SIN TÍTULO (MOLUSCO LAMELIBRANQUIO EN UN VALLE)

Como todas las obras de Fernando Redruello (Luarca, Asturias, 1950) la que ahora presentamos en las salas del museo dentro del ciclo “Evaristo Valle y nuestros contemporáneos”: Sin título (Molusco lamelibranquio en un valle), posee enorme profundidad de referencia. Por eso mismo resulta muy difícil hablar de ella sin enturbiar sus posibilidades interpretativas. Teniendo presente tal circunstancia, en este comentario nos hemos limitado a enumerar y describir algunos de sus detalles circunstanciales, constructivos y materiales. Hemos incluido también un cuento, cortísimo y escrito en asturiano: El cascoxu budista, como simple ejemplo de la riqueza sugestiva de la pieza y como sincera muestra de cariño y respeto hacia su artífice.

La escultura, que pertenece actualmente a la colección del Museo de Bellas Artes de Asturias, participó en la exposición Invitado, Evaristo Valle, que conmemoraba el centésimo vigésimo quinto (125) aniversario del nacimiento del pintor y que se celebró, durante los meses de junio y julio de 1999, en el museo. Construida ese mismo año, la obra de Fernando está abierta por igual al cálido homenaje, a la melancólica reflexión sobre el oficio del arte y, cómo no, al pertinaz viaje vital del ser humano, con sus compromisos, con su belleza, con su fatalidad.

Como puede observarse, hay en la pieza dos escalas de color, que se diferencian en luminosidad y saturación. Ambas están pintadas sobre papel continuo de impresora, cuidadosamente adherido al interior de la grácil espiral que la corona. Hay que decir también que esa delicada espiral, de chapas de okume, bordes de aluminio y barrotes de distintas maderas exóticas, descansa sobre el armazón de una silla, en madera de castaño, realizado hace años en el taller del padre de Fernando, que era un excelente ebanista. Lo cierto es que cuanto más entramos en detalles más destaca el rigor conceptual, constructivo y poético de Redruello, máxime en este mundo nuestro, cada vez más desintegrado y caótico. Pero uno tiene la impresión que ese penetrante rigor no es el de los ajedrecistas, más bien es el de los duendes, una amorosa precisión entreverada por la salsa agridulce del humor y de la piedad.

CUENTO: EL CASCOXU BUDISTA

«Había un cascoxu que cuando se cansaba de tar retrepau ente nácare y xeometría, salía de la so casa y sacaba los cuernos al sol. Si orbayaba siempres miraba al cielu, pos, dacuando, taba l’arcoíris ellí. Gustába-y enforma velu, más que comer, y eso que yera bien famión. Amás sabía que, al poco de contemplar l’arcoíris, diba entra-y la señardá, y diba alcordase, cosa rara pa un cascoxu, de dos paisanos: un ebanista y un pintor. Y entós diba ponese a llorar enforma, como lloren los cascoxos, col pie. Y depués diba terminar metiéndose otra vegada en casa. Estes situaciones nun lu importaben, mirar solo un pocu l’arcoíris valía la pena. Otru asuntu distintu yera que nun tuviera a lo cimero l’arcoíris. Entós entrába-y la murria, y poníase a comer llechuga como un deficiente, y cuando taba bien llenu metíase en la so casa, y pa baxar la fartura, poníase a fabricar otru cachu espiral de nácare.»

(Traducción al español: «Había un caracol que cuando se cansaba de estar estrujado y apretado entre nácar y geometría salía de su casa y sacaba los cuernos al sol. Cuando lloviznaba miraba al cielo, pues, en ocasiones, aparecía el arcoíris en él. Le gustaba mucho verlo, incluso más que comer, y eso que era un glotón. Lo que sí sabía era que, después de contemplar el arcoíris, iba a inundarlo la melancolía y, cosa rara para un caracol, iba a recordar a dos hombres: a un ebanista y a un pintor. Y entonces iba a ponerse a llorar y a llorar, como lloran los caracoles, con el pie. Y después iba a terminar metiéndose de nuevo en casa. Pero todo esto no le importaba nada, mirar un rato el arcoíris valía la pena. Otra cosa era que no estuviese el arcoíris allí arriba. Entonces le entraba la nostalgia, y empezaba a comer lechuga como un loco, y cuando ya estaba harto entraba en su casa, y para bajar la comilona, se ponía a fabricar otro trozo de espiral de nácar.»)

(Justificación del título: El cascoxu, el caracol, se considera budista pues recuerda a dos hombres; lo que supone que ha habido una trasferencia de conciencia a otros seres, un renacimiento, una palingenesia; en tal sentido el cascoxu puede considerarse, ciertamente, budista)

                                                                                                Francisco Zapico, Candás, agosto y 2017

 

Fernando Redruello

Sin título. (Molusco lamelibranquio en un valle), 1999

Madera, aluminio, papel y acrílico. 165 x 132 x 46 cm

Colección Museo de Bellas Artes de Asturias

La obra podrá contemplarse en el museo desde este fin de semana hasta el próximo 31 de diciembre.

Foto: Cortesía de © Marcos Morilla

 

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