Se requiere de gran sensibilidad para detenerse en este instante y crear con él una obra de arte de las que remueven, invitan a reflexionar y nos acercan de nuevo a lo humano. No se centra en acontecimientos extraordinarios sino que pone el foco en lo cotidiano, en lo que solemos pasar por alto y que la costumbre no nos permite ver.

Valle pintaba de memoria sus cuadros, sacaba de dentro aquellas imágenes que le generaban emociones. Eran su encuadre, aquello que le revolvía por dentro lo dibujaba, tanto la belleza como el dolor.

El joven no capta nuestra atención al instante, la figura se funde con el fondo y casi parece invisible ante los ojos de los protagonistas, y para los nuestros, sin embargo, una vez  lo han identificado, se convierte en la parte más importante de la composición. Nos pone de frente con una parte incómoda de nuestra sociedad y consigue detenernos un momento para después volver a nuestras ajetreadas vidas.

Por Patricia Carcedo

Alumna en prácticas de comunicación de la Universitat Oberta de Catalunya.

En la imagen:

Evaristo Valle (Gijón, 1873-1951)

“Elegantes de Gijón”, c. 1917

Óleo sobre cartón, 53 x 72 cm.

Gijón, Fundación Museo Evaristo Valle