Se amplía la exposición “Ángel Guache. Pinturas (1972-1985) en la colección del museo…” hasta el 30 de marzo. Al mismo en nuestro canal de Youtube publicamos un misterioso en hipnótico documental sobre la exposición dirigido y montado por Manu Colomina con música de Daniel Loma, al que le acompaña el siguiente texto de Ángel Guache:
MUSEO EVARISTO VALLE. EXPOSICIÓN RETOSPECTIVA DE ÁNGEL GUACHE (1972-85)
Comenzamos con una obra colorista de principios de los setenta, CAMBIO DE POLO (1972), un políptico que mezcla psicodelia pop y panfleto.
Después de las series MAPAS, WE (1971-72), VERTICALES, LA BLANCURA DE LA BALLENA (1976-77), PINTURAS GRISES (1979) y SERIE NEGRA (1979-82), que no están representadas en esta retrospectiva, nos encontramos con las PINTURAS ITALIANAS (1982-83), una llamada a una especie de clasicismo, a la indagación y rememoración de la huella de civilizaciones del pasado (en este caso sobre el colorido y las texturas de los frescos pompeyanos) unida a su experiencia subjetiva. Una valoración conscientemente estética, con toques prolijos y cuidados.
Tras esa pausa de aproximación al clasicismo mediterráneo vuelve el pintor al territorio estético del norte, a una pintura límite. La serie LAS ISLAS (1982-84), es decir, “las soledades”, recibe el título de un libro homónimo de Jean Grenier, y afirma más aún su propósito de individualismo. Está formada por cuadros de grandes formatos (sobre los dos metros y medio de altura), oscuros, de una expresividad exacerbada. El interés del artista se centra aquí en ciertas potencias sensibles que se gestan en el inconsciente; esas atmósferas poseen algo en el fondo extraño, enigmático, misterioso, mágico… Lo que surge de las tinieblas. En estos cuadros tenebrosos afloran huidizas fulguraciones, signos de potencias oscuras, trazos eléctricos que manifiestan una vida latente, delgados y nerviosos filamentos rítmicos, apariciones de leves colores relampagueantes, mundos marinos sumergidos… Espacios de las profundidades de la mente. Existe una dialéctica entre reflexión e improvisación, intentando llegar a lo más hondo. La cita con la que abría el texto Juan Manuel Bonet en el catálogo era de Cirlot: “El verdadero mar es negro con plantas grises y está lleno de sombras oscilantes. Su fondo perforado es un plomo que ha perdido los signos. El verdadero mar es negro”. En esa presentación hablaba de un “mar no figurado, sino aludido”, de cierto romanticismo del Norte, de los homenajes a Shelley, Novalis, Jean Paul… De la relación con Eliot, Arno Schmidt y Kiefer. En esta serie todas las piezas son muy físicas (lo opuesto a los sutiles POEMAS GEOMÉTRICOS). Las capas de pintura las extendía el artista directamente con los dedos o con las manos enteras, sin la intermediación de pinceles. Existe un equilibrio entre los impulsos y la reflexión; entre el juego de empastes gruesos y lo más líquido, entre los trazos rápidos y los más lentos, los desgarros, los gestuales garabatos… Hay una exploración y explosión de pulsiones sobre un magma de ideas (como explicaba el pintor en las anotaciones de entonces, que aparecen en el catálogo). Es una obra muy intensa, donde existen con frecuencia referentes literarios. En esta serie “aparece implícita toda la profundidad del sentimiento romántico enriquecido por nuevas experiencias”, como dice Javier Barón.
La serie LOS PAISAJES ILUMINADOS (1983-86), se dividía en tres partes: EN EL JARDÍN, EL VERANO GRIEGO y CLAUSTRO CASTELLANO, y se refería a un mundo de mayor claridad y a un goce noucentista y sensorial. El cuadro de transición entre estas dos últimas series, LAS ISLAS y LOS PAISAJES ILUMINADOS, es el HOMENAJE A REMBRANDT. En LOS PAISAJES ILUMINADOS se vuelve a reflejar la atracción por el polo más clasicista, que se empezaba a expresar también en cierta ordenación geométrica, todavía subyacente, y en la luminosidad, lo que al poco tiempo daría lugar a las obras decididamente geométricas y al protagonismo del blanco.